Van un francés, un italiano, un griego y un español… Sí,
puede parecer el inicio de un chiste, pero nada más alejado de la realidad.
Tras visitar Estocolmo con Betty, y despedirnos, cada uno tomamos rumbos
diferentes. Betty volvía hacia Barcelona y yo iba en dirección al puerto a la
terminal de Viking Line, que me llevaría a mi próximo destino, San Petersburgo.
En la cabina del barco compartí habitación con Andreas, el griego con quien
coincidí en mi viaje a Laponia, Luca, el italiano, y Alex, el francés. Y con
ellos, en vez de hacer un chiste, decidimos ir hacia Rusia.
Nuestra primera parada fue en Helsinki, donde nos prometían
un maravilloso tour por la ciudad. La verdad es que suerte que antes de ir a
Laponia hicimos uno que yo había planeado previamente, donde pudimos ver la
ciudad, porque la forma de enseñarnos las cosas era viéndolas de lejos. Es como
si a uno le van a enseñar las fuentes de Montjuic y se queda en la Plaza
España, o le van a enseñar la Puerta de Alcalá, y se queda en la Plaza de la
Cibeles. Pero mujer, que no pasa nada por acercarse un poco a los monumentos,
que no muerden. Lo bueno de tener guía (siempre hay que intentar sacar algo
bueno de las situaciones), es que te explica la cultura y tradiciones de la
ciudad, cosa que no había indagado en mi anterior ruta por la ciudad.
Tras coger otro ferry con mis compañeros de chiste, quiero
decir, de viaje, llegamos finalmente a tierras rusas. Y como ya dijera Eguenio “mucho
ruso en Rusia, muy buena la ensaladilla rusa, muy emocionante la montaña rusa,
muy bueno Deni el ruso”. Nuestra llegada por mar nos permite tener una visa
gratuita durante 3 días, que sino tendríamos que pagar un visado de 70€. Tras pasar
el control de pasaporte, donde uno empieza a notar el ambiente del país, damos
un pequeño tour por la ciudad en autobús. Para comer, nos recomiendan ir a un
Teremok, un restaurante de comida rápida de comida típica rusa. El principal
problema es que, a pesar de sentirse orgullosos de decir que todo el mundo
habla inglés, aquí no hablan ni un pimiento. Sólo deciros, que ni señalándoles
con el dedo cual es el plato en inglés saben identificarlo con el plato en
ruso. Me gustaría saber si conocen el alfabeto latín. Finalmente, y sin saber
lo que he pedido, comemos algo parecido a una sopa y otro algo parecido a una
crepe. No está mal, pero no es la cocina mediterránea.
Por la tarde, tras hacer el check-in en el hotel, vamos a
dar un paseo por los canales. Un gran detalle de la organización, incluir en el
paseo unas pocas botellas de champán, que aunque fueran de lo peor que se puede
tirar uno a la cara, como mínimo hace la gracia y se refresca la boca. Y yo me
pregunto ¿conocerán aquí el cava? Tras el paseo, encontramos un kebab para
cenar, y después pasamos por el súper a por provisiones. Algunos cogen más de
lo normal, lo que acaba incitándoles a subir al tejado del hotel. Por suerte,
no pasa nada y baja sano y salvo. El problema viene que cuando intenta entrar
en la discoteca, los porteros no le dejan: “Claro, a los blancos y a los negros
si les dejan, pero yo como soy marrón…” Y a partir de aquí, aparece el mote de
Brown Sugar, que el mismo se pone.
Tras la visita al Palacio de Caterina, tenemos tiempo libre
para rondar por la ciudad. Siempre me ha gustado perderme por las calles de
ciudades alienas, y poder adentrarme en la cultura. También he pensado, que si
uno tiene la oportunidad de ver lo mejor del mundo de algo, aunque a veces a
penas le guste, puede aprovechar la oportunidad. Y así fue como decidí coger la
entrada para el ballet del Teatro del Hermitage. No sé si veré ballet en algún otro
sitio, pero por lo menos, si tengo que “sufrir” alguno, que sea uno de los
mejores. Tras ver la actuación uno tiene que decir que no está mal, pero yo no
estoy hecho para esto, así que una baly no más Santo Tomás. La segunda noche la
pasamos entre rap ruso, que apenas entendemos, y shisha. Cuando empiezan a
poner algo de música comercial, vamos a la zona de baile, donde parece ser que
no se pueden llevar bebidas, ¿en qué discoteca o lugar parecido se ha visto
esto? No es el mejor local al que podríamos haber entrado, pero por lo menos el
guía nos dio una pulsera para que nos rebajaran el precio.
Para acabar el domingo, pasamos la mañana en el Museo del
Hermitage. Uno de los museos más famosos del mundo. Y como los rusos siempre
intentan ser los mejores, decir que su país es el mejor, y enorgullecerse de
sus propios méritos, el guía aprovecha para comparar museos. Y cuando uno sabe
que no tiene el mayor museo, busca algo en lo que supere a su oponente. Cuando ve
que no puede superar al Louvre por su extensión, intenta buscar otro elemento
diferenciador, pero acaba quedando en evidencia y aceptando (casi con dolor) el
segundo puesto en museo con más piezas de arte, por detrás del Metropolitan. Siempre
hay que buscar que ranking le da a uno la mejor posición, y utilizar este como
el baremo que todo el mundo debe usar. A pesar de su orgullo dolido, el guía
sabe cómo enseñar un museo, no yendo pieza por pieza y dando detalles
artísticos que podríamos olvidar en breves segundos, sino explicando las
singularidades de algunos rincones de éste, que lo hacen especial frente a
otro.
Para acabar el día y nuestra experiencia en Rusia, nada
mejor que visitar las catedrales y hacer una última compra de recuerdos. Lo mejor
que le puede pasar a uno en estos casos, es que le hayan pedido algo
específico, porque sino corre el riesgo de comprar un “pongo”. El problema
viene cuando no lo encuentra por ningún lado. Finalmente, mi cuadro de
bailarina, lo acabé encontrando en un mercado en la calle, donde varios
pintores exponían sus obras. No es el cuadro perfecto, pero seguro
que le gustará.
¿Y qué me llevo de Rusia? Pues la verdad es que la esencia
de San Petersburgo recuerda a Atenas. Puede que por el cableado de los
autobuses que se parezcan, puede que algunos símbolos del alfabeto sean iguales
en ambos idiomas, o puede simplemente ser una alucinación mía, pero hay una
conexión entre ambas ciudades que va más allá de lo cotidiano. Además de ello,
me ha gustado ver que los rusos no suelen estar tan enfadados como suele ser el
tópico, aunque mejor no calentarles, porque con un poco de vodka y algo de mal
humor, pueden sobrepasar límites insospechados. Y como no, también me llevo unos polvoroncicos de la Estepa, que buenos están.
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