Parece que este blog empieza a hacerse conocido entre los
españoles en Linköping, y esto es algo positivo y negativo a la vez. Positivo
porque parece ser que es útil para aprender pequeñas recetas de cocina e
introducirse en la cocina oriental, y negativo porque empiezo a recibir
presiones para que ciertas cosas aparezcan en él y otras simplemente las omita.
A pesar de dichas presiones, seguiré escribiendo sin tener en cuenta dichos
comentarios, solamente relataré lo que mis dedos me dicten.
Cuando era pequeño, siempre me ha costado algo comer
verdura. Y era lo típico que uno se escabullía de la mesa, dejándose el plato a
mitad de hervido, sin ganas de comer más. Entonces, llegaba tu madre, que todo
lo veía, y te decía: “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”, y
te traía aquella cosa verde y blanca al salón para que te lo acabaras. Lo mismo
me ha pasado con las lesiones en básquet. He tenido la suerte de no sufrir
ninguna en Barcelona, seguramente por el buen calentamiento antes de los entrenamientos
y estirar bien. Pero ya se sabe, si Mahoma no va a la montaña…. Y
definitivamente el martes, tras una finta para deshacerme de mi defensor, le
pisé el pie y se me dobló el tobillo. Lo primero que uno hace es suplicar que
no se haya roto nada. Una vez comprueba la movilidad y que no duele tanto, que
solo sea el golpe, pero cuando se quita la bamba y ve un bulto enorme salir por
encima del tobillo, se teme lo peor. Rápidamente el monitor me pone un vendaje
para que no vaya a más. Suerte de ello, a los 10 minutos, el bulto ha bajado
bastante, pero lo sigo teniendo hinchando.
Por la mañana, sigo teniendo un pequeño dolor, y de repente
noto un fuerte pinchazo. Si quiero ir a Rusia, mejor será no hacer tonterías e
ir al hospital a comprobar que no sea nada. David, que está trabajando en el
hospital, me comenta que en Suecia hay copago, así que tocará apoquinar con la
factura, que espero que no fractura. La mejor forma, pese a que llueva, es
coger la bici, ya que no tengo que apoyar apenas peso sobre el pie. Llegado al
hospital, tras cinco minutos de espera, me atienden para tomarme el nombre y
saber que me pasa. Me piden que espere, y en tan sólo 45 minutos, pasa a verme
una médico. ¿Tan sólo? Pues sí, porque a saber lo que hubiera llevado en
España. A pesar de eso, tengo la
sensación de que todos pasan delante de mí, incluso los que han llegado más
tarde, pero la espera no se hace tan larga. Tras palparme el pie para comprobar
que no hay nada roto, decide hacerme una radiografía, para la cual tengo que
esperar unos 15 minutos. Tras los rayos X, en apenas unos minutos tienen los
resultados:
-No hay rotura, – me dice la médico – pero el músculo… - no
sabe cómo explicarlo, y recurre al joven doctor que le acompaña.
-No tienes nada roto, solo que el ligamento se ha estirado
demasiado. Estate una semana sin hacer ejercicio físico intenso, pero
ejercitando el tobillo arriba y abajo para volver a la normalidad.
Por suerte sólo es una distensión de ligamentos, así que he
tenido suerte, dentro de lo que cabe.
El resto de la semana, aprovecho para descansar el pie y
seguir el proyecto desde casa, hasta llegar el viernes. Repetimos Flamman. Y
como ya es tradición, toca hablar de cines. (Sí, tradición se le llama a
aquello que haces sólo por segunda vez tras un periodo de tiempo muy corto.
Puede que no lo hagas en un tiempo, pero uno ya lo define como tradición por si
acaso). Y es que David es un enamorado del cine, como yo. Tras recomendarnos
varias películas mutuamente, y coincidir en obras maestras del cine, suena la
banda sonora de Infiltrados de fondo. “Sólo te digo, escena del ascensor”.
Tendré que verla. Y no tardo más allá del día siguiente para hacerlo. Y
realmente, es una obra maestra. Entra en mi prestigiosa lista de películas 10 en
Filmaffinity. La fiesta sigue en Flamman, donde volvemos aprobar el truco del
“the change please”. Algún día acabará funcionando.
El domingo, tras mi mensaje algo amenazador en Facebook
sobre la limpieza de la zona común y sobretodo la cocina, toca reunión con la
gente del pasillo. El problema de las moscas nos lo solucionarán tan rápido
como limpiemos la cocina y avisemos a StudentBostäder. Ya dicen los físicos que
el mundo tiende a la entropía, pero toda la mierda que hay sobre la encimera y
las paellas sin fregar no son entropía, a eso se le llama ser un guarro de
narices. A las seis en punto, hora fijada para limpiar, solo somos tres, y como
lo mejor es predicar con el ejemplo, me pongo a ello. En cinco minutos, ya
somos seis personas trabajando a tope con la cocina: guardando platos,
limpiando la mesa, dejándolo todo impoluto…. Parece mentira que en tan solo
diez minutos esté acabado. ¿Tanto costaría hacerlo una vez al mes? Realmente,
ahora la cocina es otra cosa. Anton bromea por la noche: “Ahora hay hasta
espacio para cocinar”, y razón tiene.
El tiempo pasa volando, una semana más, o una semana menos,
cada uno que lo vea como quiera, yo sólo sé, que esto hay que vivirlo.
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