El tiempo sigue acompañando esta semana en Linköping, así
que Pressbyran me ayudó a inagurar, desde este mismo lunes, la temporada
heladera. Es cierto que ya tenía helado en el congelador, pero poner los
helados a mitad de precio es otro cantar, y claro, uno no se puede resistir. Como
el martes continuaba, volví a caer en “la trampa”. Que bien sienta el solecito
aunque estemos solo a 11º, a ver si aguanta así durante unas cuantas semanitas.
En mi cocina, además de estar algo sucia y haber moscas por
un tubo desde que volví de Laponia, uno se encuentra “cacharros” que no se
saben de quien son. Hace un tiempo que llevo viendo una arrocera que sólo hace
que cultivar polvo, porque nadie la usa. No sé si funciona, así que lo mejor es
intentarlo. Preguntaré a mis compañeros, y si no es de nadie, ya tendrá dueño. Pongo
una taza de arroz y dos de agua y en unos quince minutos, el arroz está hecho. Pero
lo bueno no es esto, sino que cuando acaba, mantiene el arroz caliente bajando
la temperatura. Es la clave, no sé cómo no había descubierto esta pequeña
maravilla antes. Ya solo me queda confirmar que no es de nadie.
El viernes por la noche, decidimos ir a Flamman, y para
poder entrar, me dicen que hay que ir a las nueve y media. Sí sí, como lo
leéis, 21.30h, dos quarts de deu, half past nine, halv i tio. ¿Para qué? Os preguntaréis.
Pues bien, el tema es que uno llega sobre esa hora, o a las diez como acabamos
llegando nosotros, donde casi no hay cola, y entra sobre las diez y media. Para
entonces, se hace la llamada sueca, que sólo la gente de aquí puede oír, de que
está a punto de abrir el local y salen todos de los edificios colindantes a
hacer cola. En un minuto, la cola pasa de ser de unos diez minutos desde que
abren, a haber aproximadamente una hora de cola. Total que uno entra, paga la
entrada (que aquí son 7.5€ sin bebida ni consumición ni nada), le ponen el
sello, y a la sala común a beber un rato. Triste, pero cierto.
Una vez dentro, decido pedirme una cerveza con Iñigo, un
chico vasco del Athletic. La primera la pago yo, y la siguiente me invita él. Total,
que cuando me va a cobrar, me pide la chica 200kr (kr, corona, la moneda sueca
de aquí, para haceros a la idea 9kr=1€ aprox):
-Perdone, ¿cuánto vale la cerveza? – le pregunto.
-25kr cada una.
-Pues aquí marca 200kr, no está bien.
-Sí, el resto te lo devuelvo en metálico.
Pues mire usted, no sé cómo le llamaran aquí, pero a esto en
España se le llama blanqueo de dinero, cobrar más de la cuenta y luego devolver
en metálico. Pero parece ser que aquí no hay corrupción, y sólo se llama
devolver en metálico. Cuando la va a pedir Íñigo, sólo le cobran las 50kr que
tocan, y probamos a ver si nos devuelve como si hubiera cobrado de más, pero no
cuela. Hubiera caído una tercera cervecita de gratis. Bueno, es igual, de recuerdo
el vaso.
El sábado toca hacer la colada, y definitivamente ocurre lo
que estaba predestinado a pasar. Tras poner la ropa en la lavadora separada por
colores, para que no se destiña, o eso dicen las madres, y poner la secadora,
voy sacando pieza a pieza y doblándola. Cuando ya sólo me quedan los
calcetines, acaba uno sólo dentro. Pobre, ha perdido a su pareja. Miro por la
lavadora donde debería estar, pero no aparece. La secadora llevaba varios días
con hambre, y parece que aquí también comen calcetines.
Los domingos, normalmente intento ir a jugar a tenis mesa, y
tan alegre salía yo a buscar la bici cuando voila, ha desaparecido. Si llego
tarde a tenis mesa tendré que pagar una multa a la segunda vez, así que corro
hacia el pabellón. Pero algo dentro de mí me dice que tengo que encontrar la
bici. Doy media vuelta y me decido a buscar la bici por todo Ryd, que no es
precisamente pequeño. Tras 5 minutos buscando, la encuentro atada en el
edificio de al lado de mi casa, el problema es que está atada a 3 más, que
supongo también las habrá robado el tío. Pregunto a Borja, el chico que me
vendió la bici, si me podría ayudar a romper el candado, y no pone ningún
problema. Hay que hacerlo a escondidas, porque aunque estemos recuperando mi
bici, parece que estemos robando una, y podrían llamar a seguridad, y sin tique
¿cómo demuestro que la bici es mía? El otro chico podría decir que también es
suya.
-Parece que este chico también se dedica a la compra-venta
de bicis – me comenta Borja.
-Bueno, a la roba-venta, mejor dicho – le corrijo.
Parece que un chico nos ha visto, así que habrá que actuar
rápido. Lo corta con toda la rapidez del mundo, y recupero mi bici, a la que le
habían puesto una cesta para disimular. He perdido un candado, que no era muy
bueno, y he ganado una cesta. No está mal. Como mínimo la he podido recuperar.
-Será mejor que la dejes dentro unos días, porque si el
chico te la ve a lo mejor se pica. – me dice Borja, que sabe cómo va el tema.
-O sea, me roba la bici, y encima se tiene que picar.
-Sí, a lo mejor te revienta una rueda o algo. - Será mejor
hacerle caso, así que la dejaré en casa.
Por la noche tengo cena con mis compañeros del corridor. Como
siempre, de los ocho que somos, acabamos siendo tres, pero esta vez con la
novedad de Hazuki. Me explica que el sushi es una comida mensual, y algo que no
sabía, que los palillos en cada país asiático son diferentes, cada uno tiene
unas características o un material con el que se hacen diferentes. Nunca lo
habría pensado. Una tortilla de patata siempre triunfa, y saco jamón serrano,
del bueno, del de verdad, no del que venden por ahí. Se quedan anonadados, esto
si es comida de verdad.
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