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Un paseo por Europa

Cuando uno piensa en retos que ponerle a sus padres, a veces pensamos que llegarán con dificultades cuando uno apenas puede llegar a él. Si además, estos retos son físicos, las esperanzas se ven todavía más mermadas. Pero es en ese momento en el que llega tu madre, coge la bici y llega hasta Berg sin bajarse del sillín.

Y es que después de hacer las cajas, toca día de relax en Berg para disfrutar del lago y el solecito. Tras hacer la ruta tradicional pasando por los campos y el mirador de aves, toca encarar la última subidita que lleva hasta Berg. Mi padre va con mi bici, que al tener un plato razonable podría costarle pero no debería tener problemas. A mí me cuesta algo ya que llevo una marcha muy dura. Cuando llegamos arriba, mi padre y yo nos miramos pensando lo mismo, “se bajará”, pero no, allí estaba ella, pedaleando como si no hubiera mañana hasta llegar arriba del todo. Solo hay una cosa que decir, ole tú. Tras llegar al lago y darme un bañito, preparamos un costillar a la barbacoa, que no está nada mal. Y por la tarde, aprovechamos para pasar por IKEA ya que a mi padre le apasiona el mundo de las exposiciones de muebles y de más, tanto que decide salirse antes de acabar de comprar.

El martes es día de limpieza. Nos ponemos a tope a limpiar la habitación, para que mañana, durante mi último día en Linköping, solo quede fregar un poco y ya está. La verdad es que hacemos buen equipo y lo solucionamos en poco tiempo. Además, me vienen a buscar el paquete que espero tenga menos dificultades para llegar a España que el anterior. Aprovechando la mañana siguiente para visitar Linköping, acabamos fregando el suelo para que quede impecable. Para acabar, mi madre tira algo que cree es ambientador, pero no es más que un protector de madera que deja todo el suelo pringoso, así que vuelve a fregar el suelo. Pruebo con alcohol, bayeta y estropajo pero nada. Esperemos que no lo noten cuando venga a revisarlo.

Toca decir adiós a mi habitación, pero todavía no al Erasmus, ya que apurando al máximo estaré una semanita rondando por Europa. Aprovechando que Dani todavía anda por Delft, toca ir a hacerle una visita. Ya conozco Ámsterdam, pero volver a pasear por sus calles es todo un placer, y todavía más poder hacer fotos por los canales, que seguro serán una gran aportación para mi futura pequeña exposición que quiero hacer en mi habitación, así que uno no debe desperdiciar estas oportunidades. Paseamos por las zonas que ya me conozco, pasando por el ya famoso I Amsterdam, y recorriendo el barrio rojo, porque ya que uno está, porque no ir.

Finalmente llegamos a Delft, que a pesar de ser una de las ciudades holandesas más importantes, apenas llega a los 100.000 habitantes. Es una ciudad pequeñita que en apenas 15 minutos en bicicleta puedes cruzar, pero los canales y el mercado le dan un encanto especial. A pocos minutos hay un lago donde la gente “veranea”. Y lo pongo entre comillas, porque no es que sea un planazo ir a bañarse a un lago más bien oscuro teniendo la Costa Brava o la Costa Blanca en mi caso. A pesar de ello, no está mal ir de vez en cuando.

Para acabar la semana, cogemos el tren que nos lleva a Rotterdam para pasar la mañana. Una ciudad más bien futurista y que poco tiene que ver con el conjunto de Holanda, pero que a pesar de ello tiene un pequeño atractivo. Tras una partida de ajedrez gigante, que parece ser famoso en Holanda ya que no es la primera ciudad donde la vemos, Dani y yo nos despedimos, él para coger su tren de vuelta a Delft y yo el mío hacia Bruselas.



A mi llegada a la capital belga, también denominada capital de Europa, me hacen dudar bastante del nombre. Nada más salir de Central Station, haciendo tiempo para esperar a Luca, todo es gente pidiendo por la calle. Decido guardar las maletas en taquillas y el primer problema es que no aceptan tarjetas. Además, uno tiene que llevar las monedas exactas, porque tampoco acepta billetes. Para más INRI, no hay máquina que cambie billetes por monedas. Y por si fuera poco, al preguntar en un par de tiendas apenas entienden el inglés. Parece imposible que acabara guardando las maletas tras cambiar un billete en la enésima tienda de la estación. Como no llevo mapa, decido perderme por el centro sin conocerlo y la verdad es que me sorprende mucho. Cada calle es un nuevo estilo, pero todos ellos con su toque de gracia que lo hacen característico. Finalmente llego a la Grande Place, donde todo el baño de oro sobre las paredes reluce mientras se pone el sol. La estampa es realmente preciosa.


Mañana le dedicaré el día a esta ciudad, que tan poca gente recomienda visitar, pero que a mí de momento, me ha encandilado.


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