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Estonia, Letonia, Limpieza

Toda gran colección empieza con un pequeño granito de arena. Nunca es tarde ni pronto para empezar una, aunque uno lleve 31 países visitados. Diré más, sirve como excusa para volver a esos sitios y poder conseguir la preciada pieza de la colección. Y fue aquí, en Tallin, en el que hacía mi país número 32, en el que decidí empezar mi colección de chupitos.

Tras una mañana en Helsinki de tiendas, ya que la ciudad poco más tiene para ver, por la tarde embarcamos al ferry que nos llevará hasta Tallin. Es curioso que un barco que sólo tardará 3 horas, en el que no cogemos camarote y apenas tenemos butaca sino varios bares donde ir y tomar algo salga más del doble de caro que el Viking Line de Estocolmo a Helsinki. La llegada a Tallin es preciosa. Llegamos sobre las 18.30h con el sol resplandeciente y la silueta de la capital estonia dibujándose sobre el mar. El casco antiguo está junto al puerto y a lo lejos, más al interior, los nuevos rascacielos de la ciudad. Si vais a Tallin y tenéis la oportunidad, vale la pena llegar en ferry.

En esta ciudad pasamos tres días. El día de llegada, tras encontrar el hotel y dejar las maletas, aprovechamos para dar un paseo hasta la plaza central y ubicar un poco las cosas a ver. Encontramos un mirador en el que apenas hay un par de personas y desde donde salen unas fotos preciosas. Callejeando, uno llega hasta la Plaza Central, donde está lleno de restaurantes con adornos medievales y gente vestida de dicha época. Varios juglares se pueden ver disfrazados sirviendo en las mesas. Paseamos buscando un sitio donde cenar y al final nos metemos donde no toca, ya que acabamos cenando en un restaurante de comida rusa. Todo sea dicho, los países bálticos fueron parte de Rusia hasta 1911 en que se independizaron, luego se anexionaron de nuevo en el 1944 y finalmente volvieron a ser independientes en el 1991, así que tienen bastante influencia rusa.

El segundo día en la capital, aprovechamos para visitarla como toca. Empezando con un pequeño relato histórico de mi padre, nos adentramos en el casco antiguo visitando los monumentos más importantes y famosos, empezando por la Catedral ortodoxa, cuyos popes digamos que no son la alegría de la huerta, paseando por las murallas y llegando hasta la puerta de entrada de la ciudad, donde está “la gorda”. De estos países bálticos son típicos los jerséis de lana de invierno, aquellos con decoraciones navideñas y de más, así que toca hacer la compra de rigor para no pasar frío en diciembre. Lo mejor es que abrigan muchísimo y con una camisetica debajo puede que sea suficiente, como me gusta a mí ir en invierno.

Tallin tiene un encanto que hace que a pesar de estar tres días paseando entre las mismas murallas, uno no se canse, cosa que pocas ciudades logran. Hoy toca una ruta por parte de una guía que habla español. La verdad es que la chica es justita como guía, aunque parece ser que todos los bálticos tienen horchata en las venas, a pesar que seguramente no la conozcan, y les sepa mal que entres a su tienda a comprar o les preguntes algo mientras te sirven. Para ser un país con una gran parte potenciada al turismo, podrían aplicarse más, porque como dice mi madre, “no limpian ni las mesas cuando te sientas a comer”,

Aprovechando el camino a Riga, aprovechamos para parar un día en Tartu, un pueblecito que me recomendó Cristina a medio camino entre la capital estonia y la letona. A pesar que la ciudad no tenga gran cosa, el centro y la catedral valen la pena ver. La plaza por la noche tiene pinta de ser bonita, pero el problema es que no encienden las farolas cosa que le daría mayor atractivo. Pese a ello, se nota bastante dejada, ya que parece que las grandes inversiones para potenciar el turismo se las lleve Tallin y aquí apenas se hagan reformas y restauraciones. La catedral tiene su encanto, ya que al estar en ruinas, se mantiene únicamente la estructura de bóvedas y queda abierta al aire libre. La parte central en la que se ubicaría el altar sí que está edificada y parece ser una escuela de la universidad local.

Una semana desde el inicio del viaje, llegamos a nuestro último destino del Báltico, Riga. Letonia tiene mayor poder adquisitivo que Estonia, pero no parece demostrarlo con las carreteras. El cambio de país conduciendo supone que las carreteras no estén bien pavimentadas y haya obras cada dos por tres. Por lo menos parece que las están arreglando, ¿pero tenía que ser ahora en verano? Llegamos al hotel que lo tenemos al otro lado del río del casco antiguo, así que nos toca coger un autobús para llegar. En la Plaza Dome hay un trenecito turístico, el más guiri que os podáis imaginar, que cogemos para dar un paseo por la ciudad. Los letones nos saludan dándonos la bienvenida a su ciudad mientras se ríen con sus amigos. Nosotros hacemos lo mismo en nuestra ciudad y lo sabéis, así que nos toca ser guiris a nosotros, aunque de momento dejaremos de lado el ir con sandalias y calcetines.


Tras ver los monumentos más importantes con el trenecito, la mañana siguiente la aprovechamos para entrar a la Catedral y la Iglesia de San Pedro, así como para ir a la Plaza de la Libertad. Sigo con mi colección de chupitos que poco a poco va cogiendo forma. Por la tarde, toca coger nuestro último ferry del viaje, el que nos llevará a Estocolmo.




Finalmente, el domingo llegamos a Linköping. Tras bajar del ferry y llegar a la estación central, cogemos un tren regional que nos lleva hasta mi casa. Mis padres se quedan impresionados con lo grande que es la habitación, y es que seguramente será el doble o triple que mi cuarto. Vivir aquí ha sido un lujo, ya que siendo estudiante o con el primer trabajo, es lo que uno busca. Pero no hemos venido aquí para disfrutar sino para limpiar y empaquetar. Parece imposible que todo lo que hay en los armarios vaya a caber en las dos cajas. Y ese es otro problema, que sólo envío un paquete de medida el doble de una caja, porque es considerablemente barato enviar las dos cajas como un solo paquete que no por separado. Con cinta, mucha cinta, pero que mucha cinta, acabamos consiguiendo que las dos cajas se conviertan en una. Ya solo falta que recojan el paquete, cruzar los dedos y que llegue a Barcelona sano y salvo.




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